“El tiempo no es oro; el tiempo es vida.”
José Luis Sampedro[1]
Ya Aristóteles consideraba que el tiempo no existe en sí mismo, sino que es una medida de cambio, la medida del movimiento entre dos instantes, en relación con lo precedido y lo que sucederá[2], el antes y el después. En esta línea, el diccionario de la RAE lo define en su primera acepción como “duración de las cosas sujetas a mudanza”[3]. Mucho se ha escrito sobre este particular concepto y, ciertamente, sigue siendo uno de los grandes misterios de la física y uno de los principales interrogantes para la filosofía.